18º Domingo del Tiempo Ordinario

Allá quedó la celebración de la Pascua de la Resurrección, la intensa experiencia religiosa vivida en aquella fecha tan señalada del calendario litúrgico. Sin embargo, llevados quizá por la inercia del “Tiempo Ordinario”, nos cuesta mantener en alto la antorcha encendida aquel día, aquella esperanza alegre y contagiosa capaz de afrontar el siempre duro interrogante de la muerte.

Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14

 

Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.

Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.

Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.

A él se le dio poder, honor y reino.

Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.

Su es un poder eterno, no cesará.

Su reino no acabará.

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