Cuando alguien tiene un oficio y desconoce lo que es propio de él, suele suceder que por su misma ignorancia haga mal el trabajo, como el cantor que desconoce las rúbricas. Por eso el apóstol Pablo, deseando que el epíscopo que había recibido el oficio de predicar a los colosenses lo hiciera ejemplarmente.
Para conocer la excelencia de este oficio, hay que notar que es apostólico, pues para ejercerlo fueron elegidos los Apóstoles: «Instituyó a los Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14). Es un oficio angélico: «Vi un ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz» (Ap 5, 12). No hay que extrañarse de que se llame predicadores a los ángeles, siendo así que se les envía por causa de aquellos que reciben la herencia de salvación, de igual manera que los predicadores son enviados por causa de la salvación de los hombres.
Predicar es oficio de Dios. Para realizarlo, Dios se hizo hombre: «Vamos a otra parte, a las aldeas próximas, para predicar allí, pues para esto he salido» (Mc 1,38). En consecuencia, cuán excelente es el oficio de predicador: un oficio que, más que apostólico, es angélico, y más que de ángeles, de Dios.
Los predicadores son ministros de Dios, según (Hc 6,4): «Nosotros nos ocuparemos del servicio de la Palabra». Mas entre las distintas clases de ministerios divinos, ninguno lo es tan claramente como el de los predicadores, según el (Salmo 64, 10): «Anunciará la obra de Dios y comprenderá sus acciones».
Por tanto, todo predicador debe ser alimentado de la fuente primaria que es la Sagrada Escritura. Pues toda predicación debe hacerse a partir de la Biblia (Cfr. Sal 104, 12), «Entre las piedras de los dos Testamentos, se oye su voz». Ya decía san Jerónimo, «Aquello que el ejercicio diario de la meditación suele dar a otros, era sugerido a los Apóstoles por el Espíritu Santo. Según lo que está escrito, ellos eran instruidos por Dios». (Jn 6, 45).
Otra fuente, para una buena predicación es la creación. Pues Dios difunde su sabiduría en todas sus obras, a causa de lo cual dijo san Antonio que la Creación era un libro. Se requiere también conocimiento de la historia. Porque hay mucho en la historia, no solo de los cristianos sino también de los no cristianos, que quizá ayuda bastante para edificación de los oyentes. Finalmente, el predicador necesita de la ciencia que da el Espíritu Santo. Fue esta la ciencia que tuvieron los primeros apóstoles, la misma que les enseño todas las cosas: según este conocimiento hablaban. «Los Apóstoles comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran» (Hc 2,4).
Como consecuencia de una buena predicación, vienen los frutos. Vamos a enunciarlos: «Primero: los paganos se convirtieron a la fe (Hc 11, 20-21); Segundo: los pecadores hacen penitencia (Lc 11, 32); Tercero: se acaba la altivez de la gente mundana (1Re 21, 27); Cuarto: confesión de los pecados. Muchos, debido a lo que oyen en la predicación, llegan a confesar lo que nunca habían sido capaces de reconocer (Mt 3, 5-6); Quinto: muchos reciben el Espíritu Santo. Así le sucede a mucha gente, durante la predicación de Pedro (Hc 10, 44); Sexto: santificación, lejos del pecado. Porque la Palabra de Dios tiene fuerza para hacer santos (Jn 17,17); Séptimo: crece el cuerpo místico de Cristo. Porque la predicación une a muchos a Él (Hc 2,41); Octavo: el diablo pierde su presa. Por la predicación son liberados a los cautivos del diablo (Jb 29,17); Noveno: se gozan los ángeles. Sí, se gozan al oír cómo crece con la predicación la gloria de Cristo (Ct 8,13); Decimo: huyen los demonios. Llegando la predicación, en efecto, huye el diablo con el ejército de los vicios de tantas partes y ciudades, de tantos pueblos y corazones (Jue 7,22). «Bienaventurados los que predican la palabra de Dios con alegría».