Santísima Trinidad
La liturgia de hoy nos invita a celebrar y honrar al Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos, como decía el Apóstol san Pablo a los atenienses en el Areópago. Ese es el Dios de nuestras plegarias, especialmente presente en cada Eucaristía, en las personas que nos encontramos a diario, de forma particular en los más necesitados, y en los acontecimientos pequeños o grandes de la vida, y en lo más íntimo de cada ser. Es el Dios que nos llama a vivir en una comunión más fuerte y más firme con él. Es el Dios que frecuentamos, encontramos y, al mismo tiempo, permanece desconocido. Somos testigos de su presencia, aunque no podamos presentar ninguna prueba contundente. Cuando tratamos de hablar de él, las palabras se quedan cortas, se vuelven insuficientes para expresar su misterio. No obstante, hay que hablar de Dios, pelearnos con el lenguaje si es preciso para poder decir una palabra coherente sobre él, y para proclamar su bondad y su gloria en todas partes.
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Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9
En aquellos días, Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad».
Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra. Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13, 11-13
Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso santo.
Os saludan todos los santos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros.
Dn 3, 52-56 R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso. R/.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino. R/.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos. R/.
Bendito eres en la bóveda del cielo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.