Liberados en la esperanza por el poder del Espíritu Santo

Liberados en la esperanza por el poder del Espíritu Santo

     Es importante comprender y usar bien los sacramentales de la Iglesia (sal, agua, aceite, medallas, imágenes), porque no son supersticiones “ni sancochos religiosos”, sino signos bendecidos que se utilizan con fe para vencer las obras ordinarias y extraordinarias del maligno. A diferencia de los brujos, que usan elementos de muerte, los cristianos usan sacramentales como instrumentos de Dios, siguiendo la Biblia y la tradición de la Iglesia.

     Recuerda el episodio de Eliseo (2 Reyes 2,19): al echar sal en el agua, Dios declara: “Yo he purificado estas aguas y nunca más causarán muerte”. Así actúa la Iglesia: el sacerdote ora en nombre de toda la Iglesia, no en oración personal. Con esto se enseña que:

  • Jesús es Señor de la creación (milagros de la naturaleza).
  • Jesús sana y libera (milagros de curación).
  • Jesús tiene poder sobre la muerte (milagros de resurrección).

     La sal representa a Cristo que da sabor y sabiduría, el agua representa la obra del Padre que nos da vida nueva en el bautismo, y el aceite expresa la fuerza del Espíritu Santo. Estos elementos, usados con fe, ayudan a rechazar opresión, ruina, tristeza, vicios y cualquier obra del mal.

     También recuerda la importancia de la Virgen María: el demonio no puede tocarla ni puede tocar a quienes ella protege. “Donde está la Madre, no hace falta exorcista”.

Vive la fe con claridad:

  • Ser cristiano con Cristo, no a medias.
  • Negarse a uno mismo significa decir no a las obras del mal y sí a la voluntad de Dios.
  • Usar sacramentales no como magia, sino como signos de fe que acompañan la vida cristiana.

     El mensaje espiritual central es:
El gozo verdadero viene del Señor, como enseña Abacuc: aunque falte todo, “mi alegría está en el Señor”. Dios da fuerza en medio del dolor y levanta al creyente como a una gacela que alcanza alturas imposibles.

     Soñar en Dios significa dejar que Él transforme nuestros sueños humanos, como hizo con San José, que aceptó los sueños de Dios por encima de los suyos. Cuando esperamos con fe, Dios habla, dirige, libera y abre caminos de bendición.

     Jesús dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Ser manso no es ser débil, sino dejarse guiar por Dios, como Pablo, que pasó de perseguir a la Iglesia a anunciar el Evangelio con valentía. La humildad atrae la acción del Espíritu Santo; la soberbia aleja la gracia.

Cree profundamente:


     La tristeza se convertirá en alegría, la tiniebla en luz, la enfermedad en salud y la ruina en prosperidad. Dios hace obras grandes todos los días, y este es un tiempo de jubileo para volver a soñar, gritar victoria y pedir a Dios una “doble alegría” donde hubo dolor.

 

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