Orar con el entendimiento y orar con el espíritu

El Padre Crisóstomo, siguiendo la tradición mística, aplica la metáfora nupcial a la...
2021 07 orar con entendimiento yel espiritu

«Entonces, ¿qué hacer? Rezaré con el espíritu, pero rezaré también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu, pero también los cantaré con la mente» (1Co 14,18-19).

San Pablo nos propone orar con el entendimiento y orar con el espíritu. El padre Alberto Ibáñez Padilla, afirma que hay que «distinguir como dos planos en su ser interior: la mente, con su capacidad discursiva que ejercita en la meditación, y el espíritu, que a veces llaman, con San Agustín, “el corazón”, o con San Francisco de Sales “fina punta del alma” o con el Maestro Eckart “centella del alma” o “ciudadela del alma”. Aquí gozan un encuentro más íntimo con Dios» (A. Ibáñez Padilla, Lenguas para hablar con Dios, t. 1: 30).

Este gozar con Dios es lo que llamamos la felicidad cristiana. El Padre Crisóstomo compara la felicidad cristiana con un ave cuyo cuerpo es el amor y que para volar necesita dos alas: la contemplación y la penitencia (Cf. C. Geraets, Felicidad humana-felicidad cristiana: 1).

La contemplación es ante todo una gracia. No proviene de nosotros. Pero uno puede disponerse a recibirla, consciente de que la inspiración para esta disposición es ya también una gracia. El Padre Crisóstomo nos recuerda las etapas que según la formulación de Guigo II el Cartujo pueden desembocar, si Dios así lo dispone, en la contemplación: «1. La lectura espiritual. Ilumina la mente estudiando con atención, es lo principal para abrir la mente a lo verdadero. 2. La meditación. No es estudiar, sino recoger en el corazón la verdad leída, rumiada o masticada con amor, gozándose en la luz recibida. Lo bueno, lo verdadero, lo bello provoca el amor, y así se comienza el diálogo en la oración. 3. La oración. Es conversar con el Señor, no en forma superficial, sino con poder, poniendo la mente en el corazón y dejando salir por la boca la oración. Es ser atraído a Cristo por la cruz, es un diálogo demasiado activo: escuchando un 90 % y hablando un 10 % de todo corazón. 4. Contemplación-admiración. Es el núcleo de la felicidad cristiana, contemplando y admirando al Señor casi sin palabras, descansando en la comunión con Él, llenando mi vida con su presencia» (C. Geraets, Penitencia y Vocación universal: La santidad: 1).

Estos cuatro momentos son complementarios: leer es escuchar; meditar es rumiar; orar es conversar, pero también suplicar, llamar, agradecer, etc.; y contemplar es mirar, es sobre todo una experiencia de unión con Dios y de conocimiento. En la oración es más importante la luz que se recibe que nuestros pensamientos. La oración mental se realiza con pocas palabras verbales, pero con muchas luces espirituales. En la profundidad del corazón, orar mejor es orar con más amor y menos deseos. El Padre Crisóstomo, siguiendo la tradición mística, aplica la metáfora nupcial a la contemplación: «Buscar es enamorar, encontrar es noviar y unir es casar. Los enamorados siguen buscando; porque no encuentran en la persona conocida una fuente de amor ardiendo más y más. Los novios ya ni siguen buscando, porque ya han encontrado una persona capaz de saciar “la sed de mi ser”. Noviazgo es profundizar y purificar los deseos de mi sed, hasta encontrar el descanso de mi mente y mi corazón en la presencia del novio. Casarse, es unirse como una sola persona, como un solo cuerpo. Eso es el descanso espiritual, que nunca es total, sino cuando los dos novios ya casados descansan espiritualmente en el que es pura luz, vida y amor» (C. Geraets, D. Roach, «Pide, busca y toca»: 79).

Entonces, orar con el entendimiento y orar con el espíritu, supone una vida de contemplación que consiste en conocer y ser conocido, amar y ser amado, mirar y ser mirado. Escuchar al Señor, mirándolo, admirándolo y amándolo. La contemplación acrecienta el amor. «Podemos llamarla nuestra personalidad pneumática (“pneuma es espíritu de nuestra mente”) y metafóricamente el corazón, la parte de nuestro ser que mejor puede entrar en comunicación con el Espíritu Santo» (A. Ibáñez Padilla, Lenguas para hablar con Dios, t. 1: 32-33). Sabiendo que «el Espíritu viene también en ayuda de nuestra flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indescriptibles» (Rm 8,26).

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