El lema del Encuentro Internacional del Nuevo Pentecostés de este año 2021 es: «Llenos del Espíritu Santo, con Domingo y San José, compartamos el banquete del Señor». Este año, la Orden de Predicadores celebra el Jubileo de los 800 años de la Pascua de su fundador, Santo Domingo de Guzmán, y también el Papa Francisco dedicó este año a San José, con su Carta Apostólica Patris Corde, con motivo del 150o aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia universal.
En este mes reflexionaré sobre la figura Santo Domingo y San José, dos hombres llenos del Espíritu Santo. Y el próximo mes reflexionaremos sobre: llenos del Espíritu Santo compartamos el Banquete del Señor.
De Santo Domingo de Guzmán se dice que era un Predicador de la Gracia, y según Tomás de Aquino, Gracia «es el don increado, que es el Espíritu Santo» (In II Sent d 26, q. única, art. I, sol). Domingo podría haber hecho suyas -y tal vez haya sucedido así- aquellas palabras que el apóstol pronuncia sobre sí mismo, él que tanto se le pareció: «mi palabra y mi predicación no se apoyaron en persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación y el poder del Espíritu» (1 Cor 2, 4). Porque Santo Domingo, como San Pablo, es ante todo un predicador carismático, un hombre del Espíritu, un Profeta enviado por Dios a su tiempo y a nuestro tiempo con todos los atributos necesarios para ser el pregonero de un mensaje inagotable. Esa fuerza o poder no procedía únicamente de su grado de convicción o de su aptitud para la elocuencia, sino que emanaba de los carismas del Espíritu.
Quien conoce, aunque sólo sea someramente, la vida de Santo Domingo de Guzmán reconocerá de inmediato los rasgos del predicador carismático, al estilo de lo que fueron Jesús y los Apóstoles. Numerosos hechos narrados por sus hagiógrafos confirman que todo el conjunto de los carismas enumerados por San Pablo, tanto en sus manifestaciones ordinarias como en las extraordinarias, han hallado concreción en la vida de nuestro padre Domingo y siempre en vinculación con su misión de heraldo del Evangelio. Es como si hubiese querido la divina Providencia, que lo había destinado a ser padre de una familia de predicadores, revestirlo con todas las cualidades naturales y sobrenaturales, de un perfecto modelo de predicador, o sea, convertirlo en un auténtico predicador carismático lleno del Espíritu Santo.
También San José fue un hombre lleno del Espíritu Santo. Éste es el momento ideal para destacar el papel de la gracia del Espíritu Santo en la vida de San José. El Espíritu Santo no sólo llamó a José a ser el esposo de la Virgen María y el padre virginal del Hijo del Padre Celestial, sino que también le dio la gracia para cumplir con este impresionante servicio.
El mismo Espíritu Santo es la fuente del amor conyugal de José por María y el afecto paternal por el Hijo de María. La Iglesia enseña que María y José tuvieron un verdadero matrimonio. Tenían un profundo afecto conyugal mutuo y compartían todos los bienes del matrimonio: María y José se hicieron votos de fidelidad para toda la vida y se abrieron para recibir la vida nueva de Dios. A través de sus votos matrimoniales, Dios los unió en un vínculo de amor que se convirtió en una fuente permanente de gracia en la Nueva Alianza. José, en su amor conyugal a María, es el custodio de su virginidad. También es el custodio del hijo que él y María recibieron de Dios.
En la Exhortación Apostólica Redemptoris custos, sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia, San Juan Pablo II señala que José tenía todo el amor natural por Jesús que todo padre tiene por su hijo. El Espíritu Santo fue el origen de este afecto paterno que José experimentaba por Jesús. El Papa Francisco en su Carta Apostólica Patris Corde, afirma que «con corazón de padre: así José amó a Jesús». El corazón de José era un corazón en llamas, porque llevaba la llama viva del amor de Dios, es decir, José lleva en su Corazón de Hombre el Fuego del Espíritu Santo. Por eso decimos que José era un hombre lleno del Espíritu Santo.