A lo largo de mi vida, he tenido y tengo personas maravillosas que caminan y han caminado a mi lado. Personas que han estado ahí de una manera significativa. Han estado a mi lado seres humanos maravillosos con su acompañamiento espiritual, que han marcado diferentes emociones, sentimientos; pero sobre todo herramientas para tomar una mejor decisión conforme a “la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto”. (Rm 12,2)
Caminar juntos es tener personas en nuestro entorno que nos apoyan y acompañan: familia, profesores, guía espiritual, confesor, grupo de amigos o personas en las que confiamos. Puede ser que recibamos su ayuda en situaciones complejas o en dificultades cotidianas del día a día. Otras veces, simplemente, nos acompañan compartiendo una sonrisa o un saludo en la calle. Etc.
No hay duda que el ser humano es un ser social y, como seres sociales, necesitamos de personas con las cuales podamos establecer vínculos cercanos de apoyo. Las buenas relaciones nos mantienen más felices y más sanos; porque en ella encontramos personas en quien apoyarse, una palabra que motive, o simplemente el compartir un momento, por más sencillo que parezca, tiene grandes significados.
Acompañar, caminar juntos es un misterio, porque se hace desde una mirada positiva, tierna, con mucha esperanza; pero sobre todo cargada de disposición y escucha al estilo de Jesús. Caminar juntos, “requiere tiempo, para elaborar, procesar, pensar, sentir, crear, buscar, compartir”. (Diego Manuel Díaz. Acompañar, arte o tarea del corazón. Bonum, Argentina, 2022. 19)
El acompañamiento (acompañamiento espiritual) de personas está enraizada en la tradición misma de la Iglesia. En la Sagrada Escritura encontramos muchas escenas en las que aparecen personajes acompañados en sus decisiones. Me gusta mucho la experiencia de aquellos discípulos desanimados de Emaús. De pronto Jesús les aparece en el camino, les acompaña, camina con ellos. (Lc 24,13-25). Al parecer esta es la clave para entender y empezar a acompañar a una persona que requiere de nuestra guía: ser capaces de caminar al lado de la persona que solicita acompañamiento.
Desde mi experiencia personal, he encontrado personas significativas, sabias, con un potencial de discernimiento a la hora de acompañar y aconsejarme; y eso lo hace quien está abierto a la gracia del Espíritu Santo y sus dones. Ej. El Don de Sabiduría: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Capacidad de pensar, escuchar, hacer, diagnosticar según Dios. El Don de Consejo: allí el Espíritu Santo nos habla al corazón, y nos da a entender de modo directo lo que debemos hacer, perfeccionando la virtud de la prudencia.
4 dimensiones esenciales
Diego Manuel Díaz nos ofrece cuatro dimensiones esenciales para el acompañamiento:
1.- La dimensión corporal, comprende la integración de múltiples factores del ser humano: físico, espiritual, motriz, afectivo, social e intelectual, que constituyen la identidad única y exclusiva del ser humano.
2.- La dimensión familiar, que el ser humano es mucho más que suma de persona alrededor de papá y mamá: es un conjunto organizado e independiente de personas, regulada por reglas y fusiones, con una historia y figura.
3.- La dimensión comunitaria, me indica que los seres humanos somos seres relacionales y crecemos en comunidad.
4.- La dimensión espiritual, me indica entender al ser humano desde lo trascendental, desde su profundidad que le da sentido a su existencia. Dicho de otra manera a modo de hacer memoria: En cada persona hay huellas de Dios. Cada persona es ante todo una historia. El ser humano requiere ser acompañado, acogido en una comunidad. En cada acompañamiento, aunque se tenga los recursos, es Dios quien obra.
Dios que es Padre amoroso y misericordioso, infunda en nuestros corazones la gracia de escuchar, discernir y aconsejar en nuestro camino, a quienes se encuentra en encrucijadas de la vida. Amén.