En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo iniciemos este año en el seno del hogar, la familia; el hogar, la Iglesia; el hogar, La Mansión; el hogar, nuestro planeta tierra. Hogar es lugar de acogida, crecimiento, formación, corrección, proyectos, comidas, fiestas, diálogo, una que otra discordancia, perdón, abrazos, lágrimas. Fuera del hogar no hay vida.
Iniciamos el año con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. La maternidad divina es un dogma mariano, definido en el Concilio de Éfeso, en el año 431. La celebración está dentro de la octava de Navidad, nacimiento de Jesús, Dios con nosotros. María es madre de Jesús, Jesús es Dios; por eso, María es Madre de Dios.
En el seno del hogar
El que está en el seno del Padre
engendrado en el vientre de mujer
el mismo es mañana, hoy y ayer
abraza al discípulo y la madreEstán ellos en el seno del hogar
lugar del encuentro en familia
donde la genealogía puntuó la línea
comienza a conjugarse el verbo amarMadre, hijo, discípulo, maestro
voces que juntas dicen Padre nuestro
manos abiertas reciben lo necesarioAl final del día toman un denario
multiplican alegres la bendición
desde la abundancia del corazón
La maternidad y la paternidad son conceptos que se entienden mejor en el seno del hogar. Por eso el título del soneto. Hablar de hogar es ubicarnos dentro de la familia. Si llevamos el ritmo cotidiano de la celebración del sacramento de la Eucaristía, profundizamos con gozo en el misterio de la encarnación. Volvamos al 25 de marzo, la Anunciación del Señor; nueve meses después, el 25 de diciembre, el nacimiento de Jesús, cuya fiesta dura ocho días, Octava de Navidad; dentro de la Octava celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, Jesús, María y José; e iniciamos cada primero de enero en el seno del hogar, con Santa María, Madre de Dios. Las lecturas bíblicas sugeridas contienen una bendición (Núm 6,22-27), una alabanza (sal 66), una predicación (Gal 4, 4-7) y la Buena Nueva (Lc 2, 16-21)
Es posible que esta riqueza pase desapercibida por varias razones. Por desconocimiento de nuestras celebraciones, por indiferencia, por falta de compromiso eclesial, por no estar en comunión, por las distracciones en los centros comerciales, por ebriedad y gula. Aún en el hogar más distante de los grandes comercios, allí está el núcleo de la sociedad; allí sucede la encarnación cotidiana de la Palabra de Dios cuando encuentra acogida y es celebrada. Bastantes familias pasaron Navidad sin regalos, sin banquetes, sin bailes, sin ropa nueva, sin misa. En aquellos hogares también está Dios. Tal vez fueron los hogares donde, otra vez, la Familia Peregrina de Nazareth encontró un lugar en la pesebrera para recostar a la Madre de Dios mientras daba a luz a su hijo Jesús, con los cuidados paternales de José, esposo de María y padre adoptivo del Niño. A estos hogares fueron enviados los pastores y, posteriormente, los reyes y sabios para rendir homenaje a Dios hecho hombre.
En el seno del hogar es donde nuestra sociedad se renueva, reconstruye y recupera después del ataque de una pandemia que nos ha dejado heridos. Por eso, es tiempo de profundizar en el misterio de nuestra fe para fortalecernos como hijos del Padre Dios, hijos en el Hijo que se hizo hermano de todos, con la guía constante del Espíritu Santo que nos recuerda quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Oremos juntos en las reuniones de la comunidad eclesial que celebra sacramentos, en los grupos, en las familias; oremos de manera personal en esos tiempos preciosos cuando el Espíritu nos llama al diálogo íntimo porque tiene algo que decirnos. Lo que él nos diga en lo secreto será para nuestro bien, para dar testimonio de amor, para predicar con un modo de ser. Contemplemos en cada detalle de la creación el mensaje de amor de Dios con nosotros. Él es la razón que nos impulsa a abrazarnos y desearnos ¡Feliz Año!