Hoy más que una teoría, quiero compartir una experiencia que ya la tengo en mi vida hace tiempo y que ahora se ha convertido en un programa cada vez que mis labios hablan en nombre de Dios: mi Pentecostés personal.
Se cuenta que Leonardo da Vinci cuando iba a pintar la “Última Cena”, salió a las calles de Florencia buscando a un joven de rostro noble, de mirada pura, que le sirviera de modelo para pintar el rostro de Jesús. Encontró, entonces al joven Pietro Bandineli. Dos años más tarde, este mismo artista, decidió pintar a Judas Iscariote y nuevamente buscó por las calles de Florencia algún joven cuyo rostro por su mirada, por su actitud, encarnara al traidor Judas Iscariote. Lo encontró en la cárcel, allí estaba un joven cuyo rostro reflejaba odio y traición. Lo llevó a su estudio y grande fue su sorpresa cuando le dijo: “Hace un par de años, Ud. quiso pintar el rostro de Jesús, me utilizó a mí como modelo y ahora me vuelve a solicitar mis servicios para pintar el rostro de Judas Iscariote”
Cuántas personas se encuentran en la misma situación de Bandineli. De personas puras, nobles y santas se han transformado en seres arruinados por el pecado o viceversa. Hace falta reavivar el fuego del Espíritu Santo. Hace falta un “Pentecostés personal».
Conociendo La Mansión
En el año 1990 mi tía Claudia me llevó un domingo a misa en la Mansión. Me pareció una maravilla la celebración y el lugar. Pero también vale recordar que en dicha misa dominical vi de nuevo a Fray Pastor Amurrrio, OP. que años antes había visitado mi pueblo San miguel de Velasco, en compañía de unas hermanas, llegando a celebrar una Eucaristía llena de gozos y aplausos, que sorprendió a los files.
En el año 1994 mi compañero de colegio Osmar Camacho, me invitó a participar del grupo de Oración Orden y Disciplina (Centinelas de la Fe) en la “Mansión”, lugar donde cada día se fue acomodando el camino, para que un día me encuentre con el Señor de la Vida. Recuerdo el mes de mayo del mismo año, era un domingo, estaba sentado participando de la celebración Eucarística en el “Pahuichi” al lado de mi enamorada. Predicaba Fray Rogelio Fernández OP. Al terminar la prédica pide al ministerio de música cantar la alabanza: “El Señor es mi Dios (3) El me transformó, El me liberó…” Cerré mis ojos y sentí un calor que avanzaba desde la cabeza hasta mis pies. Mis lágrimas se derramaban; no lograba darme una explicación; mi enamorada me observaba con rostro de angustia contagiada por mis lágrimas. Desde ese día, acontecimiento maravillo en mi vida, todo fue distinto y novedoso en mi vida. Vida llena de la gracia de Dios y su Espíritu Santo. Acontecía un Pentecostés en mi persona.
El Espíritu Santo lo tenemos desde el día de nuestro bautismo, pero no advertimos su presencia con esa intensidad con que la advirtieron los apóstoles el día de Pentecostés. En la pila bautismal y en la confirmación habíamos recibido un regalo de Dios, pero jamás se nos ocurrió abrir el paquete.
El Espíritu Santo viene a re-crearnos. Ninguna “novedad pascual” se da sin su potencia recreadora. Hay que dejarse conducir por Él. Es Él quien nos descubre el paso del Señor en la historia, quien descifra adentro los signos de los tiempos, quien nos urge a la autenticidad, al cambio y a la conversión.
El centro de nuestra fe está en lo que llamamos el misterio pascual de Cristo Jesús, Su muerte y Su resurrección, con su glorificación obviamente; a ello llamamos Kerigma.
“Sin pentecostés no hay renacer nuevo, no hay vida nueva. Sin pentecostés el vía crucis está incompleto. Por eso necesitas tu pentecostés personal” .