Hace aproximadamente 20 años escuché en primera fila, una prédica maravillosa de un fraile dominico que afirmaba: “la profesión religiosa es el voto de las manos”. Cada día fui entendiendo la simbología de las manos, y porque no decir, la espiritualidad de las manos.

Con nuestras manos podemos edificar, construir, moldear, pulir las obras enteramente maravillosas, o por el contrario, convertirla en monstruos de destrucción y muerte.

Hace un par de días, me visitó un amigo querido. Al tomar su mano derecha, al momento de saludarlo, y colocar mi mano izquierda sobre su mano y la mía; mirándolo fijamente a los ojos le dije: “cuando te ordenes Sacerdote ya sabes a quien bendecir primero.

Si, las manos son para bendecir, construir, expresar muestras de cariño y extenderlas a quien requiera recibir una mano en el hombro y que te diga: “ánimo tú puedes”.

Creo que no basta con tener sueños; lo noble es aplicar las manos a una tarea y realizarla; porque la peor tarea es la que no se hace y lo que se hace por lo menos se queda hecho. Sí, eso es. “Resulta muy fácil estar descontento con la realidad social, civil, religiosa. No es demasiado difícil tener planes perfectos para realizarla. Pero lo difícil y lo importante es poner las manos a la tarea de mejorarla”. (José Luis Martin Descalzo. Razones. Sígueme. Salamanca. 2001. 1284.)

Con las manos aramos la tierra, sembramos las semillas, construimos civilizaciones, cultivamos culturas y cosechamos los frutos de la vida. Nuestras manos son intérpretes del espíritu, mensajeras del pensamiento y del corazón; pero además son camino por el cual las ideas y las imágenes desembocan en acción.

A lo largo de la historia, las manos consagraron reyes, sacerdotes, o nobles caballeros. Las manos de sanadores y chamanes fueron radares para detectar enfermedades y trasmitir el fluir invisible de la energía vital. En la tradición religiosa el pueblo de Dios comprendió, que la mano izquierda de Dios significa justicia (Dn 12,7), la derecha misericordia (Is 41,10). Y los nuevos ministros de la iglesia con las manos juntas entre las de su obispo se consagran a Dios para actualizar y así conmemorar el misterio de nuestra salvación: La Eucaristía.

Quiero usar la imaginación, cierro los ojos y pienso en las manos de Jesús, manos de carpintero. Y, al mismo tiempo, tiernas, como cuando acariciaba a un niño. Manos que extendían los rollos de las Escrituras en la Sinagoga. Dedos que enfatizaban sus palabras o escribían sobre la arena; pero también las manos que bendecían partían el pan, incluso lo multiplicaban. Eran manos que curaban y hasta resucitaban.  Manos que podían expresar enojo con los mercaderes en el templo y ternura con los enfermos que llegaban a Él. Etc.

Por otro lado, la Cuaresma y la Semana Santa, es un tiempo de las manos, que al mirarlas, nos revisamos en el amor, con el ejercicio de la oración, el ayuno y la limosna. En la oración unimos nuestras manos o la elevamos hacia Dios, para liberarnos de nuestra autosuficiencia. En el ayuno tomamos con nuestras manos lo necesario para nuestro cuerpo, apartándonos del culto a la sensualidad. En la limosna extendemos nuestras manos y compartimos amor, liberándonos así de la avaricia.

Padre de bondad, te doy gracias por las manos de las madres que cuidan de sus hijos, gracias por las manos de los padres que luchan por el sustento de sus hijos. Gracias por las manos de los jóvenes que construyen el futuro. Gracias porque me creaste a tu imagen y semejanza en el amor. Ayúdame, Padre, a que mis manos cumplan diariamente las tareas que Tú les encomendaste. Amen.

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