Muchas hijas e hijos somos testigos de la oración incansable de nuestras madres. Oraciones sin desmayo, que no se rindieron frente a nuestras edades.
Pero por otro lado sabemos que para nuestras madres nunca dejamos de crecer, somos sus pequeñas y sus pequeños. Por eso ellas son incansables en bendecirnos. Cada día claman al Altísimo para que nuestro camino esté libre de situaciones que atenten a nuestra persona. En definitiva, ellas creen en las promesas de Dios.
Las Sagradas Escrituras son testigos de las hazañas de una madre. En ellas encontramos cosa que ellas tuvieron en común: su confianza en Dios, sabiendo que solo Él podría proveer sustento para ellas y sus hijos. Estas son las cosas que podemos aprender sobre la vida de: Sara, Agar, Jochebed, Naomi, María. Describamos algo de ellas
Sara, la madre de la espera. “Sara no podía quedar embarazada y no tenía hijos”. Esto había causado dolor a ambos, en Sara y Abraham (Gn 11). Pero Dios cumplió con sus promesas (Gn 15) de acuerdo a su plan (Gn 21). ¿Podemos imaginar, esperar tanto tiempo para recibir una bendición?
Agar, la madre resistente. Agar fue una esclava egipcia y una sirvienta personal de Sara, la esposa de Abraham. Dios también le había prometido una descendencia una descendencia numerosa a través de su hijo a quien habría de llamar Ismael. Tiempo después, Agar y su hijo fueron enviados al desierto, donde ella creyó que morirían de sed, pero Dios es fiel. Dios bendijo a ella y a su hijo grandemente tal y como lo había prometido (Gn 21,20)
Jocabed, la madre que tenía una estrategia. Mujer Levita que dio a luz a un hijo y lo escondió durante tres meses. Cuando ya no pudo esconder al bebé, Jocabed “tomó una canasta de juncos de papiro y la recubrió con brea y resina para hacerla resistente al agua. Después puso al niño en la canasta y la acomodó entre los juncos, a la orilla del río Nilo.” (Ex 2). Así de esa manera libera al niño de morir por orden del faraón. Con su estrategia y determinación, Jocabed, encontró una manera de salvar la vida de su hijo, y Dios bendijo su plan. Su hijo fue salvo. Moisés creció y fue la persona que Dios utilizó para liberar al pueblo hebreo de las garras de faraón.
Noemí, la madre que compartió su fe. Noemi y su familia escaparon de Moab, su país natal, por causa de una gran hambruna en aquella tierra. Su esposo murió y sus dos hijos se casaron con mujeres Moabitas (Rt 1). Noemí compartió su fe y su nuera Ruth reconoció al Dios verdadero: “No insistas que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada. Así haga el Señor conmigo, y aún peor, si algo, excepto la muerte, nos separa.”(Rt 1, 16)
María, la llena de gracia y bendita entre todas la mujeres. María, una virgen prometida a un hombre llamado José fue visitada por el ángel Gabriel quien le dijo: “No tengas miedo, María —le dijo el ángel—, ¡porque has hallado el favor de Dios! Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.” Lc 1, 30) María creyó que las promesas de Dios serían cumplidas. María atesoró muchas cosas mientras cuidaba y criaba a Jesús. María fue bendita por Dios, puesto que fue escogida entre todas la mujeres para nutrir y cuidar a su hijo.