Celebramos en la Iglesia Católica la fiesta del apóstol y evangelista San Mateo el 21 de septiembre. En el evangelio de Marcos (2,13-14) aparece con el nombre de Leví, identificado como pecador público, por ser cobrador de impuestos. Hombre que despertaba odio y rencor en aquellos que no aprobaban su modo de enriquecimiento. La palabra sonética expresa en verso el testimonio de su conversión a partir del encuentro con Jesús de Nazaret.
Cuando lo veía pasar me preguntaba cómo puede ser alguien tan libre cual brisa del lago a todos sensible que hasta al gran pecador amaba
Sentía vergüenza si me miraba sentado en el despacho de impuestos cobrando tributo a los nuestros mientras mi riqueza aumentaba
Me vio, se acercó y me llamó por mi nombre con mucho respeto para estar con Él y otros en concreto
Al instante su Palabra me liberó del miedo al qué dirán de un pecador que se hace discípulo del Señor
Jesús vio a Mateo sentado en el despacho de impuestos y lo llamó (Mt 9,9) con aquella expresión del Maestro que llega a la inteligencia, al corazón y fortalece la voluntad: «sígueme». Gran asombro para alguien con conciencia de pecador que un hombre libre lo llame para estar con él. Es que la libertad rechaza el pecado, porque el pecado es una forma de esclavitud. El hombre libre es Jesús, y por eso puede llamar a los que quiere. Se trata de lo que hemos aprendido: Dios rechaza el pecado, mas no al pecador. El pecador, con la gracia de Dios, queda libre de la esclavitud del pecado. La liberación se realiza en el seguimiento, siendo parte de los suyos durante todo el camino desde la llamada hasta la cruz y resurrección.
Ser discípulo es caminar y cooperar con él, dejarse acompañar y reconfigurar o recuperar la figura que Dios diseñó en el proyecto original. Cada uno experimenta tal cambio en lo que se conoce como proceso de conversión. Mateo es cabeza de grupo de los cobradores de impuestos, algo así como es Pedro respecto al gremio de pescadores. Desde el momento en que se produce el primer encuentro, la llamada, con Jesús, Él continúa el acompañamiento en la misma realidad en la que las personas se encuentran hasta que el que es llamado, libremente tome la decisión de seguirlo con los cambios o conversiones que conlleve. Tal es el caso de otro hombre pecador al estilo de Mateo y de mayor rango, Zaqueo, jefe de publicanos.
Jesús aceptó entrar a la casa de los pecadores y comer con ellos (Lc 19, 1-10; Mc 2,15-17; Mt 9,10-13). Este comportamiento escandalizó a los fariseos. El escándalo consiste en que el puro que se mezcla con impuros queda impuro. Puro con puro, da puro; impuro con puro, da impuro; esa era la fórmula acerca de la pureza ritual. La pregunta fue necesaria: «¿por qué come su maestro con los publicanos y pecadores? El interrogante no fue hecho directamente a Jesús, sino a sus discípulos; sin embargo, Jesús, cabeza de la Iglesia, responde, puesto que oye todo lo que llega a oídos de los que forman parte con Él. Así ha sido siempre, y lo será, puesto que los discípulos son la Iglesia, personas que hacen procesos de conversión yendo detrás de Jesús. Jesús «primerea» en el camino y «primerea» en la respuesta que ha de ser dicha para edificación de todos: «no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17).
Las Palabra de Jesús libera en todo tiempo y en todo lugar. Mateo fue liberado de un puesto al cual estaba aferrado, asegurado, estabilizado, el despacho de recaudador; fue liberado del miedo de acercarse a Dios por estar identificado públicamente incapaz de lo bueno; fue liberado del qué dirán de un pecador que se hace discípulo del Señor. Así hay otros casos en los que, en contexto de comidas con pecadores, Jesús relata la alegría en el cielo y en la tierra cuando el pecador es encontrado y vuelve a casa al seno del Amor de Dios (Lc 15,1ss).